A nivel de cancha
México D.F., 21 de diciembre de 2006.- Eran las dos de la mañana, tenía que levantarme en poco más de cinco horas y a pesar de todas mis fuerzas y mi angustia por saber que no aguantaría el día si no dormía, me quedé despierta hasta minutos antes de que sonara mi alarma. ¿Serían los nervios o de verdad era sólo por la tos que no me dejaba en paz? Tal vez ambos.
Después de cumplir el acostumbrado ritual matutino, salí de mi casa y me dirigí a la televisora del Ajusco. Como ya me había dado cuenta en mis visitas anteriores, la entrada era un sinfín de trámites y llamadas, así que cuando me di cuenta que perdería mucho tiempo esperando el acceso, preferí hacer una llamada y citar a mi camarógrafo afuera del canal. De ahí seguiría su coche hasta llegar al lugar de mi primera asignación.
Recorrimos Periférico y luego Viaducto Tlalpan hasta la caseta de cobro de Cuernavaca, tomamos algunas calles angostas y empinadas y arribamos al Centro de Alto Rendimiento de la Federación Mexicana de Fútbol, también llamado "Pegaso". Ya eran las diez de la mañana.
Esperamos más de media hora en lo que arribaban otros coches de Televisa, MVS, periódico Reforma, etc. Todos pusieron una cara de flojera y agobio al ver que todavía no podían entrar los medios al entrenamiento, pero rápidamente encontraron con quien platicar para entretenerse. Mientras revisaba todas las cosas que tenía guardadas en mi coche, se acercó un señor a mi ventana y me dijo, "Hola, soy Pedro de Televisa", sin pensarlo le contesté, "Adriana, TV Azteca", mientras sacaba mi mano para saludarlo. Me preguntó si sabía a qué hora nos dejarían entrar a grabar y entrevistar al conjunto de Jesús Ramírez y le afirmé que nos habían citado a las once. Bromeamos diciendo que deberíamos abrir las puertas a pedradas y después de unos minutos me agradeció la información y regresó a su coche. Me quedé pensando en cómo me presenté y sonreí por la naturalidad con la que expliqué de qué empresa venía.
Por fin, cuarenta y cinco minutos después de la hora en la que nos habían citado, un policía abrió la puerta de las instalaciones y sin decirnos nada, arrancamos los coches y entramos rápidamente para aprovechar el tiempo. Los camarógrafos armaron su equipo con una facilidad y velocidad notable (y personalmente, hasta envidiable). Todos empezaron a grabar el entrenamiento, en especial a aquellos jugadores de quien podríamos sacar una nota.
Era impresionante la sensación de ver a tantos jugadores que conocía sólo por televisión a unos cuantos metros de mi. Claro, no era la selección mayor, pero todos admirábamos a los chavos que ahora conforman la selección Sub-20 por el mundial que ganaron en la categoría Sub-17. Mientras disfrutaba de ver al equipo practicar tiros y pases, se acercó un compañero del canal, quien me habían dicho me ayudaría en esta primera asignación. “Hola, soy Barak”, me dijo, “oye no puedo quedarme, tengo una cita, pero namás busca a quien quieras entrevistar o sino métele el micro a quienes entrevisten los demás ¿sale?”. Le respondí que no se preocupara y que no había problema, pero por un momento dudé si de verdad sabría qué hacer. Barak se fue y yo continué viendo el entrenamiento, me tranquilizó saber que los camarógrafos seguramente me ayudarían si lo necesitara.
“Acá está el cubo”, me dijo el asistente del camarógrafo mientras extendía su mano con el micrófono emblemático de TV Azteca. Sostener ese aparato por primera vez fue maravilloso, sentía que podía conseguir lo que quisiera con él. Traté de enredar el cable para evitar arrastrarlo, pero al notar la poca experiencia con lo que lo hacía el mismo asistente me corrigió. “Así no se tuercen los cables y dura más,” me explicó mientras ponía el cable alrededor de una mano y lo rotaba con los dedos de la otra. Me lo regresó para que intentara con esta nueva técnica, pero descubrí que no era tan fácil como aparentaba. El camarógrafo siguió grabando y en varias ocasiones se cambió de lugar para tener imágenes desde otro ángulo.
Al terminar el entrenamiento, el representante del equipo nos gritó, “¿A quien quieren?”, a lo que varios respondieron, “¡Velarde! ¡Villaluz!”. Sin pensarlo me uní a las peticiones exclamando “¡Arias!”. Nadie más había pedido al portero Sergio Arias, pero mi editor me había comentado el día anterior que buscara la nota entrevistando a ese jugador.
Pasaron un par de minutos para que los jugadores salieran de la cancha y caminaran hacia nosotros. No conocía muy bien a Arias físicamente, pero por suerte los porteros siempre resaltan del resto del equipo por su uniforme distinto. Me acerqué a él y lo saludé de manera relajada, a fin de cuentas teníamos uno o dos años de diferencia de edad. Procuré mantener mi mano firme mientras le preguntaba sobre su participación en Chivas y la posibilidad de que reemplazara a Oswaldo Sánchez, quien poco antes había partido al equipo de Santos, pero después de unos minutos me cansé y al ver cómo temblaba el “cubo” cambié de mano.
Después de conseguir los comentarios del portero campeón del mundo, me despedí y me acerqué a Efraín Juárez, quien estaba siendo entrevistado para un programa de radio. No estaba segura si interrumpiría la conversación, pero lo hice de todas formas. Al finalizar las preguntas de la otra reportera y basándome en las respuestas que había escuchado, formulé algunas más.
Las entrevistas duraron aproximadamente treinta minutos, suficiente para sacar una buena nota. Traté por última vez de enredar el micrófono antes de guardarlo, pero por la expresión del asistente asumí que todavía no lo hacía como debía. Los seguí de regreso al canal y al llegar me dirigí a las salas de edición. Las llamadas “islas” siempre estaban llenas de gente corriendo de un lado para el otro sosteniendo hojas con la programación para la emisión de ese día. “Hola Adriana, ¿Qué traes?”, me preguntó Franky, el encargado de la edición y segunda mano del productor. “Sub-20, entrevistas con Arias y Juárez”, le respondí. Me asignaron una sala y un editor. Al explicarle de qué trataba la nota y que era la primera vez que cubría algo, él me ayudó a escribir el guión y me dirigió a donde debía grabar la voz. Las cabinas se asemejaban a esas que usan los cantantes, había un micrófono alto en una sala con un vidrio que dejaba ver al asistente de audio. Me tomó cinco intentos por fin grabar el guión, pero no porque me trabara, sino porque “no tenía suficiente punch” como me decía el asistente (hasta hoy, todavía no domino ese aspecto del audio). Por fin, regresé a las salas, ubicadas un piso arriba de los locutorios.
Aunque yo le señalaba al editor qué imágenes usar, él parecía ya saberlo. Quedé estupefacta al ver el profesionalismo con el que manejaba el programa. Cortaba, pegaba, movía, copiaba, ponía transiciones, subía volumen y otras cosas más sin dudar ni un segundo de cómo hacerlo. Media hora después, la nota estaba lista. Le agradecí su ayuda y busqué a Franky para avisarle que había terminado. Me quedé en las islas para ver la transmisión del programa y aprender de las notas de los demás reporteros.
Aunque mi nota no salió por falta de tiempo, estuve muy orgullosa de haberla realizado satisfactoriamente. Ese día aprendí desde cómo enredar el cable del micro, hasta algunas palabras del argot periodístico (como “chacaleo”), pero más allá de eso, puedo presumir que me llenó de mucha satisfacción por ser la fecha en la que me adentré al ambiente del periodismo deportivo e inicié una nueva etapa de mi carrera profesional.
México D.F., 21 de diciembre de 2006.- Eran las dos de la mañana, tenía que levantarme en poco más de cinco horas y a pesar de todas mis fuerzas y mi angustia por saber que no aguantaría el día si no dormía, me quedé despierta hasta minutos antes de que sonara mi alarma. ¿Serían los nervios o de verdad era sólo por la tos que no me dejaba en paz? Tal vez ambos.
Después de cumplir el acostumbrado ritual matutino, salí de mi casa y me dirigí a la televisora del Ajusco. Como ya me había dado cuenta en mis visitas anteriores, la entrada era un sinfín de trámites y llamadas, así que cuando me di cuenta que perdería mucho tiempo esperando el acceso, preferí hacer una llamada y citar a mi camarógrafo afuera del canal. De ahí seguiría su coche hasta llegar al lugar de mi primera asignación.
Recorrimos Periférico y luego Viaducto Tlalpan hasta la caseta de cobro de Cuernavaca, tomamos algunas calles angostas y empinadas y arribamos al Centro de Alto Rendimiento de la Federación Mexicana de Fútbol, también llamado "Pegaso". Ya eran las diez de la mañana.
Esperamos más de media hora en lo que arribaban otros coches de Televisa, MVS, periódico Reforma, etc. Todos pusieron una cara de flojera y agobio al ver que todavía no podían entrar los medios al entrenamiento, pero rápidamente encontraron con quien platicar para entretenerse. Mientras revisaba todas las cosas que tenía guardadas en mi coche, se acercó un señor a mi ventana y me dijo, "Hola, soy Pedro de Televisa", sin pensarlo le contesté, "Adriana, TV Azteca", mientras sacaba mi mano para saludarlo. Me preguntó si sabía a qué hora nos dejarían entrar a grabar y entrevistar al conjunto de Jesús Ramírez y le afirmé que nos habían citado a las once. Bromeamos diciendo que deberíamos abrir las puertas a pedradas y después de unos minutos me agradeció la información y regresó a su coche. Me quedé pensando en cómo me presenté y sonreí por la naturalidad con la que expliqué de qué empresa venía.
Por fin, cuarenta y cinco minutos después de la hora en la que nos habían citado, un policía abrió la puerta de las instalaciones y sin decirnos nada, arrancamos los coches y entramos rápidamente para aprovechar el tiempo. Los camarógrafos armaron su equipo con una facilidad y velocidad notable (y personalmente, hasta envidiable). Todos empezaron a grabar el entrenamiento, en especial a aquellos jugadores de quien podríamos sacar una nota.
Era impresionante la sensación de ver a tantos jugadores que conocía sólo por televisión a unos cuantos metros de mi. Claro, no era la selección mayor, pero todos admirábamos a los chavos que ahora conforman la selección Sub-20 por el mundial que ganaron en la categoría Sub-17. Mientras disfrutaba de ver al equipo practicar tiros y pases, se acercó un compañero del canal, quien me habían dicho me ayudaría en esta primera asignación. “Hola, soy Barak”, me dijo, “oye no puedo quedarme, tengo una cita, pero namás busca a quien quieras entrevistar o sino métele el micro a quienes entrevisten los demás ¿sale?”. Le respondí que no se preocupara y que no había problema, pero por un momento dudé si de verdad sabría qué hacer. Barak se fue y yo continué viendo el entrenamiento, me tranquilizó saber que los camarógrafos seguramente me ayudarían si lo necesitara.
“Acá está el cubo”, me dijo el asistente del camarógrafo mientras extendía su mano con el micrófono emblemático de TV Azteca. Sostener ese aparato por primera vez fue maravilloso, sentía que podía conseguir lo que quisiera con él. Traté de enredar el cable para evitar arrastrarlo, pero al notar la poca experiencia con lo que lo hacía el mismo asistente me corrigió. “Así no se tuercen los cables y dura más,” me explicó mientras ponía el cable alrededor de una mano y lo rotaba con los dedos de la otra. Me lo regresó para que intentara con esta nueva técnica, pero descubrí que no era tan fácil como aparentaba. El camarógrafo siguió grabando y en varias ocasiones se cambió de lugar para tener imágenes desde otro ángulo.
Al terminar el entrenamiento, el representante del equipo nos gritó, “¿A quien quieren?”, a lo que varios respondieron, “¡Velarde! ¡Villaluz!”. Sin pensarlo me uní a las peticiones exclamando “¡Arias!”. Nadie más había pedido al portero Sergio Arias, pero mi editor me había comentado el día anterior que buscara la nota entrevistando a ese jugador.
Pasaron un par de minutos para que los jugadores salieran de la cancha y caminaran hacia nosotros. No conocía muy bien a Arias físicamente, pero por suerte los porteros siempre resaltan del resto del equipo por su uniforme distinto. Me acerqué a él y lo saludé de manera relajada, a fin de cuentas teníamos uno o dos años de diferencia de edad. Procuré mantener mi mano firme mientras le preguntaba sobre su participación en Chivas y la posibilidad de que reemplazara a Oswaldo Sánchez, quien poco antes había partido al equipo de Santos, pero después de unos minutos me cansé y al ver cómo temblaba el “cubo” cambié de mano.
Después de conseguir los comentarios del portero campeón del mundo, me despedí y me acerqué a Efraín Juárez, quien estaba siendo entrevistado para un programa de radio. No estaba segura si interrumpiría la conversación, pero lo hice de todas formas. Al finalizar las preguntas de la otra reportera y basándome en las respuestas que había escuchado, formulé algunas más.
Las entrevistas duraron aproximadamente treinta minutos, suficiente para sacar una buena nota. Traté por última vez de enredar el micrófono antes de guardarlo, pero por la expresión del asistente asumí que todavía no lo hacía como debía. Los seguí de regreso al canal y al llegar me dirigí a las salas de edición. Las llamadas “islas” siempre estaban llenas de gente corriendo de un lado para el otro sosteniendo hojas con la programación para la emisión de ese día. “Hola Adriana, ¿Qué traes?”, me preguntó Franky, el encargado de la edición y segunda mano del productor. “Sub-20, entrevistas con Arias y Juárez”, le respondí. Me asignaron una sala y un editor. Al explicarle de qué trataba la nota y que era la primera vez que cubría algo, él me ayudó a escribir el guión y me dirigió a donde debía grabar la voz. Las cabinas se asemejaban a esas que usan los cantantes, había un micrófono alto en una sala con un vidrio que dejaba ver al asistente de audio. Me tomó cinco intentos por fin grabar el guión, pero no porque me trabara, sino porque “no tenía suficiente punch” como me decía el asistente (hasta hoy, todavía no domino ese aspecto del audio). Por fin, regresé a las salas, ubicadas un piso arriba de los locutorios.
Aunque yo le señalaba al editor qué imágenes usar, él parecía ya saberlo. Quedé estupefacta al ver el profesionalismo con el que manejaba el programa. Cortaba, pegaba, movía, copiaba, ponía transiciones, subía volumen y otras cosas más sin dudar ni un segundo de cómo hacerlo. Media hora después, la nota estaba lista. Le agradecí su ayuda y busqué a Franky para avisarle que había terminado. Me quedé en las islas para ver la transmisión del programa y aprender de las notas de los demás reporteros.
Aunque mi nota no salió por falta de tiempo, estuve muy orgullosa de haberla realizado satisfactoriamente. Ese día aprendí desde cómo enredar el cable del micro, hasta algunas palabras del argot periodístico (como “chacaleo”), pero más allá de eso, puedo presumir que me llenó de mucha satisfacción por ser la fecha en la que me adentré al ambiente del periodismo deportivo e inicié una nueva etapa de mi carrera profesional.
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