Tlalpan puede ser una de las avenidas más útiles en la Ciudad de México, pero también puede ser una de las más frustrantes. Eran las 8:30 pm del viernes 12 de mayo y ahí estábamos junto con lo que parecía la mitad de la población capitalina. Increíble que saliendo con tanto tiempo de anticipación pasara esto. Ya me imaginaba el Azteca, lleno, con porras, cientos de personas buscando el punto ideal para ver a los jugadores y gozar de los goles. Pero nosotros no estábamos con ellos, o por lo menos todavía no. Poco a poco nos acercábamos al coloso, pero mientras más lo hacíamos, más imposible parecía que fuéramos a encontrar un lugar donde estacionar el coche. "Seguro ni se llena, sobraron muchos boletos" me afirmaba Sebas, pero al parecer fue una broma o un mal cálculo porque esto estaba a reventar.
Veíamos a decenas de personas correr desde varias calles antes del estadio y muchas más ofreciéndonos muñecos, banderas, boletos, etc. La identidad mexicana a todo lo que da. Después del décimo chamaco que se nos acercaba ofreciéndonos su casa para dejar el coche, aceptamos. "Órale, súbete y me dices", le dijo Sebas. Nos guió por dos cuadras y metimos el coche a la casa. Si no fuera por la prisa seguro hasta le dábamos la bendición al auto, pero nos ganó la presión del tiempo. "¡Ya metió gol Kikín!" nos avisó la amiga de Sebas. Bueno, si tan rápido en el partido metieron gol seguro meten varios, nos tocarán algunos, pensé. Cruzamos calles, esquivamos coches y rebasamos a otras personas vestidas con playeras verdes y caras disfrazadas con los colores patrios. Entramos por una puerta casi secreta, corrimos todo el estacionamiento y llegamos a la entrada principal, después, claro, de pasar mitad de los puestos del tianguis futbolero que invade la banqueta. Casi quince minutos después de haber comenzado el partido por fin entramos. Ahora para ver por cual puerta. Por supuesto que ésta estaba practicamente al lado opuesto de donde nos encontrábamos. Otra vez a correr. ¡Que poca condición tengo! me reclamaba a mi misma después de correr lo que aparentaba ser mitad del estadio pero que en realidad era la distancia de una puerta a otra. Por fin llegamos a la puerta y llegó nuestro reto final: subir hasta la sección "general". No había escaleras pero igual se sentía infinito el camino.
Perdimos noción del tiempo, sólo importaba llegar y encontrar lugar. Por fin llegamos a nuestra sección y empezamos a buscar un lugar. Las porras de "México", las cornetas, chiflidos y aplausos animaban sin cesar al público. Es quizá de los mejor ambientes que alguien puede vivir.
Veíamos a decenas de personas correr desde varias calles antes del estadio y muchas más ofreciéndonos muñecos, banderas, boletos, etc. La identidad mexicana a todo lo que da. Después del décimo chamaco que se nos acercaba ofreciéndonos su casa para dejar el coche, aceptamos. "Órale, súbete y me dices", le dijo Sebas. Nos guió por dos cuadras y metimos el coche a la casa. Si no fuera por la prisa seguro hasta le dábamos la bendición al auto, pero nos ganó la presión del tiempo. "¡Ya metió gol Kikín!" nos avisó la amiga de Sebas. Bueno, si tan rápido en el partido metieron gol seguro meten varios, nos tocarán algunos, pensé. Cruzamos calles, esquivamos coches y rebasamos a otras personas vestidas con playeras verdes y caras disfrazadas con los colores patrios. Entramos por una puerta casi secreta, corrimos todo el estacionamiento y llegamos a la entrada principal, después, claro, de pasar mitad de los puestos del tianguis futbolero que invade la banqueta. Casi quince minutos después de haber comenzado el partido por fin entramos. Ahora para ver por cual puerta. Por supuesto que ésta estaba practicamente al lado opuesto de donde nos encontrábamos. Otra vez a correr. ¡Que poca condición tengo! me reclamaba a mi misma después de correr lo que aparentaba ser mitad del estadio pero que en realidad era la distancia de una puerta a otra. Por fin llegamos a la puerta y llegó nuestro reto final: subir hasta la sección "general". No había escaleras pero igual se sentía infinito el camino.
Perdimos noción del tiempo, sólo importaba llegar y encontrar lugar. Por fin llegamos a nuestra sección y empezamos a buscar un lugar. Las porras de "México", las cornetas, chiflidos y aplausos animaban sin cesar al público. Es quizá de los mejor ambientes que alguien puede vivir.
Nos acomodamos atrás de la portería rival y ya con unas chelas en las manos seguíamos "la ola" que circulaba a cada rato por el estadio. Los jugadores del Congo no tenían mucho que ofrecer y los nervios de los mexicanos por saber quienes conformarían la lista final de La Volpe tampoco los dejaron mostrar todo su talento. Cayó otro gol del Kikín poco antes de finalizar el primer tiempo. En el medio tiempo RBD trató de entretener al público pero francamente fue mejor ver como Televisa trató de romper el record de la playera de fútbol más grande del mundo. Después del primer y único gol del equipo visitante el partido siguió tranquilo excepto por una que otra jugada interesante de los verdes. Al final unos mariachis bañados en confeti y serpentinas despidieron a la selección nacional mientras que el público coreaba con ellos "México lindo y querido", "Cielito lindo" y por supuesto "Las golondrinas".
Después de salir y recorrer de nueva cuenta todo el camino hacia la puerta principal, comentamos sobre los jugadores, quienes deberían ir y quienes no, compramos unas futseras (la mía del Real Madrid) y nos dirigimos a ver si el coche seguia donde lo habíamos dejado. Efectivamente, el choche seguía en el estacionamiento de la casa..... con dos coches atrás de él imposibilitando la salida. Fuimos a la tiendita por unas papas, platicamos un rato y tiempo después llegaron por fin los dueños para dejarnos salir.
El día siguiente La Volpe anunció quienes serían los encargados de representar a nuestro país en la contienda mundialista. Si fueron o no la mejor decisión no sabremos hasta el tan anhelado 11 de junio.
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